Prensa y Textos






DE LA PINTURA.
Amaneceres, viajes y demás realidades.

DE LAS VENTANAS.

El azul intenso del cielo de una ventana del último piso familiar, es el primer recuerdo de la autora. Sus vivencias infantiles están asociadas a las población turolense de Bañón, donde transcurrieron sus correrías escolares junto a la era, los campos paternos que se extendían detrás de la casa. Una niña que dejaba volar su imaginación a través de ese trozo de cielo que se colaba por la ventana de su habitación. Un color, azul, que la acompañará siempre en su percepción sensorial. Abría la hoja del ventanuco y durante horas soñaba con otros paraísos, paisajes, viajes, ciudades, que ilusoriamente sobrevolaba como un pájaro curioso. Intuía los pardos rojizos de los campos y la luz de las fachadas. Buscaba desenvolverse en un dédalo de calles bullentes de actividad que años después sintetizará en unos iconos que a su temprana edad  sólo podía representar con imágenes recortadas. Quinita Fogué es una mujer activa, de charla reconfortante y de sentimientos que aferra a su corazón. En esta exposición se puede traslucir a través del conjunto de obras presentadas, dos aristas fundamentales de su personalidad: la persistencia del recuerdo y su capacidad de apertura para conocer y empaparse de otras culturas, mostrando plásticamente el poso que ha dejado sobre ella.



MUY PERSONAL.
En su origen esta exposición se denominó muy personal. Era el deseo de la autora de definir su reencuentro con el pasado. Su acercamiento físico a su localidad natal y la reconstruccion de la vivienda familiar, la han hecho reconciliarse con su memoria. Es como si hubiera mantenido un diálogo con las antiguas vigas de madera y los muros  de   mampostería.   Largas conversaciones
donde el pasado se hace presente y los recuerdos van golpeando


sigilosamente la cabeza. Fotos antiguas que se redescubre, objetos que un dia quedaron olvidados en un viejo arcón y que ahora reanudan los lazos de utilidad. Redistribución de espacios y lo más importante el reencuentro con aquellas pequeñas ventanas por las que se colaba el mundo, en la habitacion de una niña. Largas horas de avistamiento a un azul infinito, ese cielo especial que la mantenía magnetizada. Ahora esas mismas ventanas con sus goznes de hierro han sido recuperados por la propia artista, quien les ha regalado no el paisaje, sino la visión plástica de los años, su experiencia. Utilizando por tanto como soporte la estructura de esas ventanas, Quinita Fogué, ha reubicado el tiempo del recuerdo con su madurez pictórica. Son obras que nos hablan de la pintura, de esa fantasía exterior poliédrica, que es el mundo a través de los ojos de la artista. Pero al mismo tiempo nos habla del tiempo, de su paso, de las alegrias colamdas y los deseos insatisfechos. En suma, de esos fragmentos de realidad que ya habitaban en la mente convulsa de una niña.


DE LOS VIAJES.
Si prometía en el primer párrafo de este escrito abordar dos facetas de la personalidad de la autora intrínsecamente relacionada con esta exposición, el primer paso ya está dado. Hemos conocido la persistencia del tiempo en su serie ventanas, ahora vamos a incidir en esa capacidad de mimetismo que le lleva a la autora ha imbuirse de las distintas culturas que va conociendo en su afan viajero. Esta suele ser una característica que muchos artistas aducen para interpretar sus obras que suelen incluir en sus curriculum como viajes de aprendizaje. En el caso que nos ocupa la experimentacion va más allá del común interés por visitar museos, centros expositivos o granes monumentos que por su magestuosidad han pasado a la posteridad. Todo esto es necesario –estaremos de acuerdo- pero hay mas. Esto significa una curiosidad inusitada por descubrir los pasajes menos    placenteros
de una ruta. Su cara más desafavorecida, aunque no exenta de



belleza. No todos los viajes son iguales y no todos dejan huella. Las personas con las que convives, su forma de ver el mundo, el contraste entre la opulencia y la pobreza, o simplemente contar las
estrellas que forja la luz cuando el agua se mueve, puede constituir el pulso del recuerdo. Una remembranza que no se traduce pictoricamente hablando en rostros o fisonomias urbanas si no en el color, el azu que envuelve la atmósfera y el partdo rojizo del paisaje.


DE MARRUECOS.
Este país es el hilo conductor de las obras que conforman esta exposición. Partiendo de esta base, la intrincada red de arterias y de intuidas edificaciones nos sitúan en una primera fase de estudio. Son cuadros que producen una sensación de movimiento, de que por ese universo plagado de objetos, de símbolos, se agita una sociedad. Es el sentir de la cotidianidad de unas gentes que quieren hacer más palpable su necesidad de vivir. Quinita Fogué usa la perspectiva aérea para que el espectador planee por una ciudad que ella ha circunscrito en fragmentos. Un código cifrado que tiene su lectura a traves de simbolos reales, que incorpora a la obra. De la fascinante urbe que es Marrakech, la pintora se dejó seducir por deslumbrante tapiz multicolor  que constituye el callejón de los tintoreros. Lanas que colgaban de desconchadas paredes a las puertas de los pequeños comercios, donde estos hombres conviven con el olor y el tizne de sus tintes. Otro lugar que le fascinó –el tantas  veces pasado y recorrido zoco- fue la plazoleta de los  vendedores de tela. Largas bobinas de tejidos que manejaban con sin igual destreza los tenderos, ávidos de atender a una mujer. Sinfonías de colores, pálpitos de una sociedad que se iba impregando en unos bastidores todavía desnudos de pintura. Otro ejemplo donde el colorido destella bajo el sol del sur, es en la poteria. Sin fin de vasijas, platos, jarras o cuencos se arremolinan en estos establecimientos al aire libre, donde los
rayos se acrisolizan. Ciudad artesana por su actividad y afable en
su acogimiento, no en vano la tradición comercial hace a estos seres gentiles. En este recorrido la influencia europa abre sus

puertas al viajero en Casablanca. Riqueza aparente, aire continental, mujeres que no temen vestir a usanza europea, y ese inmenso mar que parece abrazar a una ciudad que quiere salir de
su letargo tradicional.  Este mismo sentido, pero mas recoleto, lo encontramos en su visión de Essaouira. Un pueblo marinero que aúna la historia portuguesa con el aperturismo que ofrece una amplio abanico turístico. Recorridos por un territorio que se traducen en las telas de esta exposición. Un gran lenguaje iconográfico que nos trasmite el aún vigente mito de Bogart en Casablanca, la tímida fuerza de la mujer por ocupar el lugar que le corresponde en la sociedad, o esas lanas adheridas a la materia del cuadro, sin olvidar los restos de loza incrustada que no son mas que sígnos que sintetizan una realidad vivida. Todas estas piezas tienen un denominador común, la atmósfera azul y su irrigante influencia que sólo se ve rota por el dominante color rojo del Atlas. Es el único cuadro de la exposición que obedece a este colorido, fiel trasgresor del cielo. Cruzar la imponente anatomia de esta cordillera es sobrecogedor. Es el umbral del páramo desierto en el que se yergen las Kasbas. Ciudades tejidas por empinadas calles rodeadas de una alta muralla que resguarda el misterio de multitud de puertas siempre abiertas y nunca franqueadas. Edificaciones sencillas de abode que la artista retrata en una secuencia infinitesinal, ornada por los signos característicos de la esfera solar o la luna, que se combinan con la geometria cerámica oculta por las terrazas planas de las viviendas. De esta forma cada cuadro se convierte en un torrente de imágenes captadas en cada experiencia vivida. Son obras para una contemplación pausada, dejando que la vista vaya recorridendo el entramado urdido por la autora, empapándose del gran cúmulo de información que cada una atesora. Una ´tecnica que conjuga la materia y la pintura, e incorpora lo intangible, el espiritu de una historia  a través de sus pequeñas cotidianidades. La actualidad de un día de la prensa escrita o el reclamo de la inconfundible
imagen de Bogart. Viviencias que Quinita Fogué traduce en un codigo de impresiones, de nítidas experiencias acaecidas en u presente visto desde sus ventanas en Bañón.


DE LA EVOLUCIÓN.
Como es lógico en la obra de toda artísta que mira hacia atrás para dar un paso hacia adelante, esta exposición constituye una
evolución y está íntimamente relacionada con sus pbras de los últimos años. Poco a poco las manchas hilarante color van concretándose. Atrás quedan los fuertes impulsos que irradiaban esas superficies cromáticas, dónde los azules y los rojos se enseñoreaban del espacio. Los pinceles comienzan a cercenar y van acotando una nueva distribución. Esa reorganización supone un cambio en la obra de Quinita Fogué que tiene su respaldo en la exposición  que tuvo lugar en 1999 en Urban Gallery. Allí ya se atisbaba esa visión cenital de un entramado urbano y por primera vez se mostraba su interés por las construcciones como estructuras íntegras. Viviendas agolpadas en unplano infinito. Puertas y ventanas que se superponen, consituyendo el retazo fotográfico de una calle que se pierde ne le horizonte. Una imprimación más interiorizada de una cultura que muchas veces se encierra entre los muros de sus paredes para nos ser conscientes del cambio o de las insidias que surgena su paso cuando aben esa puerta. El interés por Quinita Fogué ante estos vaivenes a los que nos tiene acostumbrado el mundo, le llevó a pintar un cuadro en reconocimiento a las mujeres afganas. Una obra presentada en el Premio Ciudad de Zaragoza en el año 2001. Aquí está presente el azul que la ha acompañado toda su vida. La estructura de toda la composición sigue fiel al laberinto urbanístico tan presente en las ciudades musulmanas, pero hay un elemento que simboliza la opresión, unas sencillas cadenas. Es el pequeño homenaje de otra mujer a quienes soterradas en la sociedad del miedo, les es denegado algo tan esencial como la sanidad o la educación. Es un tributo personal y de esa forma debe entenderse. Y es que la niña pequeña que imaginaba el mundo a través del cielo azul de su ventana, ha ido creciendo en un  orbe que no siempre es ecuánime y se revela por ello. Y es que un artista debe ser fiel testigo de su tiempo.

                                                                  Desirèe Orús.                                    
 .


El lienzo, sus círculos, un constante enigma


Abril, lluvia y ocaso, también un repique de campanas como pregón del término de la celebración de los oficios del Jueves Santo. Acodado en la galería de mi casa, contemplo su rítmico volteo en las torres de la iglesia mientras los feligreses escudados bajo paraguas de diversos colores, estos chillones, aquellos negros o tristones, acuden a la parroquia, unos por el portón de su atrio, otros por la cancela de su flanco, la de su cripta. Cuánto lamento la ausencia de Quinita en estas mis horas de vigía, pues quién como ella para descifrar el jeroglífico del dibujo trazado por los pasos de estas devotas gentes que abordan el templo por una entrada y lo abandonan por otra diferente salida.
Me ha confiado Quinita cómo, en su estudio y antes de encararse al blanco lienzo sin otras armas que sus pinceles y una paleta de colores, observa el cielo desde su ventana, a menudo azul, a veces afligido, pues el sol ha llagado con blancas estrías la tersa epidermis de ese cerúleo éter; sin embargo, me dice la artista, días los hay cuando el firmamento, no en la lejana raya del horizonte, sino aquí, ante mis ojos, es una planicie grana tiznada de ocre con un sabor y un aroma de tierra árida, cuyas sulfurosas entrañas pugnan por conquistar el celestial imperio del astro soberano.
Luego, ahora comprendo, mi buena amiga, tu afán por cuajar tus telas con ventanas talladas en moradas edificadas sin techumbre, donde el hombre soporta contra sus hombros, en su alma, el gravoso fardo de un mundo terrenal, finito, muy arbitrario. Será por  ello, le pregunto, ese tu empeño por pintar esta y aquella puerta en muros que, a modo de cercas, vallan las plazas de los mercados, donde, enloquecidos, los hombres, las mujeres, sus niños, merodean entre los puestos de los vendedores, unos de especias, otros de telas y esencias, mas ninguno poseedor de la mágica mercancía por todos anhelada: una pócima sanadora de un embrujo de azufre vertido en sus oídos, en su mirada, por un duende burlón engendrado por el fango y la arenisca arrastrados con el aluvión de la crecida de un caudaloso río.
Ya veo que empiezas a enterarte, me responde la pintora mientras perfila un pequeño círculo en una de sus obras, pues si en este bazar no han encontrado mis criaturas el filtro redentor de sus padecimientos, justo es encaminarlas hacia un pórtico sin hojas, sin pomos, sin jambas, apenas un boquete hendiendo la muralla, lo bastante para descubrir un vecino zoco bordeado con templos o, si lo prefieres, con catedrales, capillas sin reclinatorios para postrarse y adorar a un dios cazador y sanguinario, oratorios con un solo altar, santuarios sin ídolos, basílicas erigidas para el susurro de una plegaria ofrendada a una primitiva deidad, un altísimo ajeno a las falaces apariencias de la calle, de sus casas, de sus inquilinos, siempre agoreros y presagiando que nos faltarán días, demasiados días. En mis catedrales, continúa Quinita, sólo hay paredes fabricadas con morteros de cal y de serenidad y quien en ellas su cabeza, su espalda, reclina, se empapa con la grata quemazón de un exorcismo purificador, se embriaga con el néctar de la visión de sus juegos de infancia, de un tiempo en que el hombre aún ignoraba el hedor, la tonalidad y el estruendo de una maldita voz, de la voz angustia, cuyos ecos retumban en el filo de mi espátula cuando mi mirada, tan cercana al lienzo, adivina las diabluras de un minúsculo círculo desprendido de mi pincel.
Pero, Quinita, dime: ¿en qué rincón de tu espíritu brotan esos círculos?, porque los encuentro en el séquito de esa boda y en el reposo de esa mancha blanca, refugio de la muchedumbre a su vuelta de los mercados, y no sabes, amiga mía, cuánto me intrigan esas diminutas circunferencias, cuya órbita difiere de la ruta de los astros de la noche, cuyo resplandor jamás se nutre en las fuentes de las constelaciones estelares, cuya música nunca ha sido escrita en el pentagrama de la bóveda celeste.
No me ha escuchado Quinita, tanta era su atención cuando, distraída, al anochecer, daba a su cuadro de esta tarde la última, la decisiva, pincelada, un círculo blanco, una chispa de luz en la nueva oscuridad, brillante, mucho más reluciente que el fulgor de todas las lámparas de su estudio.




Julio Cristellys Barrera
 Escritor y Abogado


QUINITA FOGUE MUESTRA SU VISION DE MARRAKECH


11/11/2003
MARRAKECH La obra de la artista turolense Quinita Fogué se muestra actualmente en en la galería La Qoubba de Marrakech con un gran éxito de asistencia. La muestra ha tenido una gran proyección en Marruecos, Francia y Estados Unidos. Fogué muestra en Marrakech una selección de sus pinturas sobre Marruecos --que la aragonesa realizó durante un viaje en el 2001, en las que plasma un país personalizado por sus impresiones visuales y sus vivencias singulares. No faltan los rasgos más definitorios de su pintura, las luces y las sombras y los claroscuros. Además, Quinita Fogué trabaja las tierras, las arenas y la caligrafía árabe

Quinita Fogué muestra la luz de sus mundos en Madrid

Foto:E. P.

CARMEN MARTÍNEZ ALFONSO ZARAGOZA CARMEN MARTÍNEZ ALFONSO ZARAGOZA 08/06/2007
Regresa a Madrid siete años después y lo hace con una colorista unión entre su raíz, la tierra turolense, y la luz intensa de otros mundos a los que acude su permanente curiosidad. África --Marrakech-- y Aragón intercambian sensaciones en la nueva exposición de Quinita Fogué (Bañón, Teruel) en la capital, que desde el pasado lunes y hasta el próximo 22 de junio abre sus ventanas imaginarias a la mezcla de culturas y sentidos.
El rojizo denso y característico de su larga actividad creativa cuelga de nuevo en las paredes de la madrileña Galería Orfila, pero el suelo donde se asientan el paisaje y la historia del Bajo Aragón comparte protagonismo con la otra obsesión e Fogué: retratar el aire y el espacio tal cual se le presentan con una intensidad luminosa que desborda la paleta de los blancos y los azules. "Mis ventanas a veces ni cuelgan de los muros, es una forma de expresar el continuo entrar y salir que te propone la vida, el conocer y observas en lugares distintos", explica.
Llevaba varios años mostrando su trabajo en Zaragoza --Colegio de Arquitectos, Torreón Fortea, Urban Gallery--, en Teruel y Marrakech, una ciudad a la que se escapa a menudo. Ahora expone en Madrid con dos mundos diferenciados, pero también enlazados por las sensaciones que provocan. "En los últimos años he recuperado de una forma especial mis raíces, sin perder la idea de conocer los hay afuera. La experiencia personal con otras culturas, enriquece el trabajo", señala.
Una primera sala recoge la gran ventana hacia los colores y las texturas del Jiloca, de Albarracín, con todos"los rojos, los naranjas y marrones del paisaje turolense". Ese espacio conduce hasta una visión de estética diferente, donde domina el mar, el cielo y la reflexión continua sobre el círculo, el motivo omnipresente en la obra de Quinita. "Es posible mezclar la pasión por el origen propio y la necesidad de explorar otras imágenes y otras formas de vivir. Desde mi casa de Bañón se ven muchos mundos", concluye la artista.






La ciudad invisible.

Fachadas de muros envejecidos, ventanas y puertas singularizadas por troneras de color, antiguos ladrillos revividos al calor de nuevos materiales, y estructuras de madera que sugieren traviesas y pilares, de atrevida policromía; así ve Quinita Fogué su ciudad inventada. La trama urbana, el alineamiento de las edificaciones hasta convertirlas en espacios más sugeridos que reales, es un tema en el que lleva trabajando desde el año dos mil. Las texturas han ido enriqueciéndose hasta conformar superficies casi abstractas. Casas abiertas a la ensoñación. Una ciudad que invita ha asomarse a un interior intenso de vivencias. Casonas que atestiguan vestigios pasados -incluso con la incorporación de elementos reales-, que aunque de apariencia desvencijada, constituyen una reflexión al pasado que quedó dentro. Personas y enseres que dan significado a la palabra habitabilidad. Estancias que no vemos, pero que sin embargo trasmiten el espíritu conservado en ellas, a través de las manchas de color con las que se han marcado los vanos. Muros que se asoman al espectador aprovechando el revés de un bastidor, o los pliegues  naturales de una piedra peracense.

Una ciudad que va más allá de un concepto pictórico, para instalarse en sus propios materiales, pero trasformando su lógica apariencia. Los ladrillos antiguos conservan su morfología porosa, pero se han deslindado de su carácter constructivo. Ahora proponen una rebelión cromática. Es un ejercicio de jovialidad, de entender el urbanismo utópico desde concepciones  más humanistas, donde el color y la imbricación de formas y elementos, den como resultado, una fisonomía ciudadana más estimulante. Ficticios muros, donde la pintura haga cambiar el gesto cariacontecido de una urbe, marcada por la regresión de la uniformidad grisácea.

En algunos lugares las estructuras inacabadas a cielo abierto, forman parte del paisaje urbanístico. Son proyectos inconclusos, que en la obra de Quinta Fogué, se trasforman en geométricas piezas de madera. Pequeños bloques de aristas perpendiculares, rectángulos, cuadrados, triángulos.... que certifican su origen constructivo, pero que resguardan el hálito de un deseo que no pudo acabar de erigirse en realidad. Ideas que no se han completado, ilusiones que han visto cercenado su proceso final. Ámbitos que funcionan como quiméricas azoteas donde reflexionar las causas del fracaso.

La ciudad, el espacio que muestra Quinita Fogué, es también un lugar vivido. Resortes atrapados por la memoria. Tejas rescatadas de la antigua casa familiar en Bañón (Teruel), que ahora han modificado su funcionalidad, para convertirse en la urdimbre ovalada sobre la que se asienta metafóricamente, la morada de las relaciones. Una vivienda marcada por los peldaños de una escalera, que cada día, hombre y mujer, deben subir y bajar en la convivencia. Una pirámide en cuya cúspide –siguiendo la tradición bíblica-, se encuentra la manzana del pecado. En un giro a la historia, la artista propone un cambio en el protagonismo  de los personajes. No fue Adán quien cogió el fruto prohibido sino Eva, despierta y emprendedora. Su traslación esta identificada en el par de zapatos femeninos en lo alto de la escalerilla, mientras que los del hombre se hallan más abajo. Y todo acotado por cuerdas, como las que han maniatado simbólicamente a la mujer, en una sociedad marcada por los preceptos masculinos.

La sociedad, la interrelación entre quienes pueblan el ámbito ciudadano, también tiene su desarrollo en una colección de obras. El tabaco es aquí utilizado como vínculo de unión a momentos de cotidiano esparcimiento, así como la imagen de figuras recortadas en actitud de cómodo asueto. Son piezas de carácter distendido, divertimentos formales que trasmiten el concepto de ocio y al mismo tiempo, la necesidad del ser humano de comunicarse. Un atrevimiento lúdico, como corresponde a los momentos de relajada conversación, donde el optimismo franquea las barreras de la incomunicación.

Siempre es difícil definirse. Un autorretrato deja al desnudo muchas de las características que uno tiene. Quinita Fogué ha querido hacerlo desde la maraña que supone, el estímulo interno de una persona, que lucha por aportar algo distinto al impulso creativo. Cuerdas que son las vivencias, experiencias que enriquecen la vida y el modus operandi. Jirones de los que cuelgan los distintos episodios de la existencia, y la forma de mostrarse. La mujer pintora coexiste con la anfitriona de veladas. Zapatos de fiesta y elegantes guantes, cohabitan con las horas de trabajo en el estudio, aferrada a la soledad y las dudas del pincel. Episodios viajeros vinculados a una vieja maleta que lleva inscritos sus destinos. Momentos, todos ellos, que escenifican la puesta en escena del itinerario recorrido por la artista. 

La ciudad inventada, constituye una forma personal de ver el paisaje urbano. Desde una perspectiva interior, de la morada  anclada en los recuerdos, a un modelo jovial y divertido, pertrechado por el ansia del color y el ilusionismo de los materiales. Un lugar donde utópicamente, la convivencia es más fácil, y las imaginarias puertas acceden a espacios de libre entendimiento.

  




  
 Desirée  Orús.





Desde mi Barricada

MARTES 8 DE DICIEMBRE DE 2009

Quinita Fogué: Posos
Me asomo a la exposición Posos de Quinita Fogué y, con mi profana mirada, lo primero que veo en sus óleos y pigmentos sobre papel es gente. Gente en un entorno urbano bullicioso y agresivo. Unos miran[1] no sabemos el qué o a quién –sin duda a nada o a nadie trascendente- obedientes y como resignados, con las manos atrás. Otros parecen entregarse a aburridos juegos o labores rutinarias[2], algunos incluso nos miran a nosotros[3], al espectador, con curiosidad, como si se asomaran desde la irrealidad del cuadro a nuestra "realidad" con la misma extrañeza que nosotros los miramos a ellos. Y todos, ellos y nosotros reflejados en su asombro, sumidos en el ajetreo y el bullicio de aquella ciudad hormigueante de Baudelaire “llena de sueños, donde el espectro a pleno día atrapa al que pasa” o en esa otra ciudad irreal –seguramente la misma- de T.S. Eliot, “bajo la parda niebla de un mediodía de invierno”.
En estos posos que nos ha dejado Quinita Fogué, en estos posos que la vida le ha ido dejando a ella, el murmullo del silencio daña. Pero es sobre todo el gemido de la soledad el que más duele. Ahora bien, el óleo en el que ese silencio y esa soledad se palpan de manera más explícita (aunque no más intensa) es en el Sin título II (de 2006). Jamás había visto una luna igual. Jamás había visto una noche tan noche ni una soledad tan triste. Y como hay sensaciones imposibles de describir, las que estas pinceladas me suscitan sólo acierto a esbozarlas con unos versos poco conocidos de Faulkner:

Caminó a lo largo de la calle fantasma
e hizo sonar el hueco
pavimento con sus pies.[4]


La luna es un pájaro
luminoso, en vuelo golpeado contra el cristal
y Pierrot es una falena en
lo oscuro, solo,
una falena cuyas alas, abrasadas por el hielo,
se arrugan
por los bordes como manos sin huesos.[5]

Curioso. Uno, que siempre se ha acercado a las artes plásticas –como al resto de las artes y al resto de la vida por lo demás, pero especialmente a las artes plásticas- como lo que es, un mero aficionado; uno, que en su forma de asomarse a la vida lo hace más por inducción (el llamado método sintético) que por deducción (el analítico), no por nada sino por sus propias limitaciones cognitivas e intelectivas, yendo por tanto de una “impresión” general de lo que observa al detalle y no a la inversa… uno, con ocasión de realizar esa página web y, en especial, el vídeo sobre Posos de Quinita Fogué, vive la experiencia, ya oída a Santiago Ramón y Cajal[6], de lo importante que es la observación del detalle, recomendando por tanto al científico que dibuje, que dibuje cuanto es objeto de su investigación, porque con el dibujo reparará multitud de detalles que de otro modo se le escaparían. Eso, pero sin dibujar, me ha pasado a mí al hacer la web y el vídeo sobre esta magnífica exposición.

Servando Gotor



eventos: IN Aragón

Exposición Quinita Fogué en Zaragoza

El pasado 1 de diciembre, en el Palacio Montemuzo de Zaragoza, tuvo lugar la inauguración de la exposición “Posos”, obra de la artista aragonesa “Quinita Fogué. Una vez más, Quinita Fogué, sorprendió a los asistentes a su muestra con una personal colección de óleos, libros de artista y “collages” que, fieles al singular estilo de la pintora, reflejan su búsqueda de nuevos temas, así como de una innovadora utilización del color y sus texturas en cualesquiera de sus manifestaciones. Igualmente, cada uno de los diferentes espacios de la exposición aparecen bajo el lema de unos sencillos versos –casi un haiku-, escritos por Quinita , muy a tono con los motivos explorados por la artista en cada uno de sus trabajos, desde un amplio y expresivo mural hasta el más pequeño pero sentido de sus libros de artista. La muestra contó con un gran afluencia de público y crítica, ambos entusiasmados con las obras salidas del pincel de esta genial pintora de nuestra tierra.diciembre 2009













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